viernes, 23 de junio de 2017

COCO (1917 - 1999) Modista del Guiñol.


Un tributo en el Centenario de su Natalicio.

23 de junio de 1917 - 29 de enero de 1999





Lo esencial es invisible para los ojos
-dijo el Zorro al Principito



Nunca dejaremos de reconocer y admirar el arte que entraña al teatro guiñol; a la infinidad de personajes que han conformado nuestra historia; a la calidad, generosidad y bonhomía de su destino hacía el público. Para nosotros, todas ellas, son ejemplares.

Y ¿qué decir de aquellos que han sido brillantes faros con luz propia que en su esencia irradian la imposibilidad de verse opacados? Se conoce de hombres y mujeres que al iniciar en esta obra –y aún aquellos que la continúan–, han sido señalados por la historia con la más alta distinción que puede tener un artista titiritero.

Sabemos también que durante todas las épocas y –estamos seguro de ello– en casi todos los grupos, existen personas que calladamente desde el anonimato construyen, edifican y contribuyen sustancialmente al éxito de sus colegas; a aquellos que dan la cara, y a los que reciben los aplausos y reconocimientos.

El teatro de títeres es un ejemplo clarísimo de esto. Comúnmente hay casos en los que los rastreadores de los pasos que dejan esas profundas huellas no saben –o no quieren saber– quién las imprimió. Tal es el caso de una persona excepcional; una mujer admirable que, quienes la conocieron, darán constancia de lo que escribo. Es por eso que en este espacio de diálogo, dedicado al quehacer titiritero y que nos ha brindado la oportunidad para hacer públicas nuestras modestas pero sinceras aportaciones, rendimos tributo, en el centenario de su natalicio, a Socorro Góngora Torres, COCO.

Socorro Góngora Torres, "Coco"

Coco fue esposa del titiritero José Díaz Núñez –de quien ya hemos hablado en este blog bajo el título Maestro Pepe–; su compañera incansable y creadora de los vestuarios de todos sus títeres. 

Algunos de los títeres vestidos por Coco

Narrar parte de su historia es, para nosotros, de mayor relevancia, pues con estas palabras damos un emocionado homenaje a una mujer de infinita humildad y gran sensibilidad. Podemos, sin lugar a dudas, decir que esta historia sale por primera vez a la luz con el reconocido valor que tiene para la tradición del teatro guiñol.

El Maestro Pepe gozó del prestigio nacional e internacional en el universo de los títeres y siempre fue elogiado por la calidad de sus creaciones; pero honor a quien honor merece y sin menoscabo del valor de su obra, no podemos soslayar el hecho que, él sólo, no habría tenido dicho reconocimiento sin el soporte incondicional de su leal pareja. Pepe –tomando el atrevimiento de tratarlo con la confianza que nos ofrece su generosa personalidad– construía las cabezas, las manos y, en ocasiones, los pies de sus muñecos. Y, cuando técnicamente lo requerían, ponía en práctica los ingeniosos recursos aprendidos de sus maestros guiñoleros; pero el vestuario, la peluquería, el atrezo y los acabados generales de “sus” creaciones los realizaba Coco – nombrada así cariñosamente por quienes la trataron–.

Coco fue una de tantas mujeres que sembraron una semilla, pequeñita, pero bien arraigada que con el correr del tiempo, cariño y cuidados se convirtió en una monumental ceiba que, sin duda, fue esparciendo cada triunfo envueltos en esa esponjosa lana que, con ayuda del viento, ha llegado a germinar en otras partes.

Soldado para "Meñique y el gigante"

El arte de la costura la trae desde su primera juventud, en Valladolid, Yucatán, México; su tierra natal, una hermosa ciudad colonial donde se dio la primera chispa de la Revolución Mexicana el 2 de junio de 1910 –un dato que los rastreadores de huellas no han querido reconocer– pero esa, es otra historia.


Bertoldo, el bufón de "La cabeza del dragón"


Decíamos que Coco comenzó muy joven en el arte de la costura, de manera autodidacta, en una esquina de su casa paterna por donde veía pasar a Pepe Díaz, que en aquel tiempo (1932) era su novio y quien años más tarde se convertiría en su compañero de vida. 

En 1939 Pepe viajó a la isla de Janitzio en el estado de Michoacán invitado por el artista plástico y titiritero Ramón Alva de la Canal, para que lo ayudara a pintar el gran mural del Monumento a José María Morelos con la promesa de regresar al término del trabajo. Su estancia iba a ser por un mes aproximadamente, pero el “plazo” nunca se cumplió. La relación amorosa era, entonces, epistolar y así se mantuvo los siguientes diez años (1949), hasta que él, que ya trabajaba en el Teatro Guiñol del INBA, viajó con el Grupo El Nahual a Yucatán y se reencontró con Coco. Tras una breve estancia en el estado, Pepe volvió a la Ciudad de México con el grupo de titiriteros y la relación epistolar continuó durante un año más (1950). Una relación de18 años de noviazgo (1932-1950) Eso no hace más que mostrarnos su entereza y determinación. En 1950, al casarse –por poder, aunque no lo crean– viajó a la capital, la gran ciudad, porque ahí vivía su flamante esposo y descubrió de su mano el maravilloso mundo de los muñecos animados. Justo ahí comienza esta gran historia.


Coco, 1950, ca.

Las tareas de producción de los grupos en ocasiones se veían rebasadas y Coco contribuía con sus conocimientos en costura para la realización de los vestuarios sin ser parte –oficialmente– del personal de los grupos del INBA; poco más tarde, se ganó el cariño de sus integrantes.


Príncipe Ajonjolí de "La cabeza del dragón"

Coco era una persona con gran calidez humana, disposición y generosidad aun en los momentos de sacrificio, en esos en los que se debe entregar todo el esfuerzo sin desmayo, en aquellos donde se debe redoblar el trabajo. Ella pensaba que se debía tomar al toro por los cuernos: llenos de angustias, pero con alegría. Así comenzó a confeccionar los vestuarios de los personajes que se usarían en los cuentos e historias en los que participaban Pepe y sus compañeros.


Emperador de "Los dos ruiseñores"

La grandeza de Coco residía en su humildad ya que fue su propia maestra y supo crecer y acentuarse con tenacidad y noble obstinación. En ella no había desperdicio. Fue una mujer que hablaba con palabras concisas, de esas que alientan a crecer y seguir el camino de la vida.

Conocerla y recordarla nos hace sentir que este mundo tiene aún personas con sentimientos nobles y sin malicia; nos hace sentir que sólo con voltear a nuestro lado podemos encontrar a los que son capaces de inspirar una profunda confianza en la cual uno se puede refugiar con total honestidad sin miedo a estar en un vacío y poder descubrir a quienes siempre tendrá una palabra de aliento. Así de contagiosa era su generosidad.


Coco, una artista que tiene un lugar ganado
en el seno de nuestra comunidad titiritera. 

Coco siempre estará presente en nuestros pensamientos, en nuestras vidas. Coco, la extraordinaria modista del guiñol que, con la clara sutileza de mujer, va detallando aquellos vestuarios con determinación. Su recuerdo y enseñanzas van haciendo más honda y profunda la huella de sus pasos para los que conocen su obra. Una artista que tiene un lugar ganado en el seno de nuestra comunidad titiritera.

Siempre fue una mujer modesta, pero con la satisfacción en el rostro y una sonrisa en los labios; saboreó el exquisito fruto del deber cumplido como maestra, como madre y como mujer que amó a su terruño adoptivo que, con sumo placer, aportó un grano de arena para la elevación cultural de las actuales generaciones y de las por venir en el maravilloso arte de los títeres.




A cien años de su natalicio volvemos la mirada hacia atrás y nos encontramos con un florido camino, exuberante, pletórico de resultados positivos, generosos y favorables...


¡Gracias!


jueves, 15 de junio de 2017

A 70 años de distancia... Una historia peculiar.

Compartimos con ustedes el texto de la crónica que publicó el poeta venezolano, Héctor Guillermo Villalobos, el 10 de marzo de 1947, con motivo de la llegada de el Grupo El Nahual del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), de México, a Caracas, Venezuela, invitados por el Ministerio de Educación de ese país hermano.


Nota: La inserción de las fotos es nuestra.




Murciélago, de "Botón de Oro y la Luna"



TÍTERES PEDAGÓGICOS

Por Héctor Guillermo Villalobos (*)


De izquierda a derecha: Pepe Díaz, Marcos González,
Guillermo Torres López, Roberto Lago y Lola Cueto.

El miércoles por la noche en el Centro de Cultura Popular, asistimos a un espectáculo que ya teníamos casi olvidado. Una exhibición privada de Teatro Guignol, organizada por el Patronato Nacional de Alfabetización. Se presentó el conjunto mexicano recién llegado a nuestro país, bajo la dirección del veterano Roberto Lago. Son catorce años de fervorosa experiencia, de tenacidad ejemplar los que lleva esta gente mexicana en la rigurosa disciplina del Guignol. Catorce años de magisterio popular, bajo la bandera alegre de la Revolución, que en su patria sigue cumpliendo obra reparadora y gigantesca. Han venido a Venezuela como misioneros de un arte viejo y sin embargo revolucionario. Los tradicionales muñecos de siempre, con su gracia un poco estereotipada, han encontrado nuevos compañeros en tierras de América. Y sin duda llegará el día en que ésta pueda también exportar su Guignol, renovado, diversificado, enriquecido con tipos y costumbres rebosantes de originalidad. Para que aprendan a conocernos mejor aquellos que, precisamente nos interesa más que nos conozcan: los hombres, las mujeres y, sobre todo, los niños de otras lejanas patrias… Por ahora, es ya algo muy positivo que sea de México y no de Estados Unidos o de Europa de donde nos llegue a sembrar ejemplo y afán de emulación esta embajada guignolesca plena de buena voluntad, 

Gladys de Rodríguez con "El lobo", en proceso.

El miércoles tuvimos ocasión de admirar auténtico arte popular en 
los muñecos que dirige el señor Lago. En lo que toca a la técnica es magistral el manejo de los títeres. Las voces justas, admirablemente exactas. El movimiento escénico no deja nada qué desear. El grupo tiene un dominio tal y revela un acoplamiento tan armonioso, que pensamos no tiene nada que envidiar a los más destacados conjuntos de otras naciones de mucha más antigua tradición en el género. Y el secreto está, dese luego, en lo que el Director nos refirió acerca de la manera como este grupo de escritores, actores, pintores –él mismo desde que se inició en 1933- ha trabajado en lo suyo, al calor del más acendrado afecto y de la comprensión más estrecha entre sus integrantes. En esas condiciones –tan raras entre nosotros- es claro que puede cuajar en algo tan efectivo como “El Nahual” el más ambicioso proyecto artístico. Pero con la mezquindad, el egoísmo, la inconstancia y el interés inconfesable –descontando la falta de verdadera cultura, falta propicia al desarrollo del mal gusto- es poco o nada lo que puede lograrse en este o en cualquier otro campo.

El escultor Eduardo Francis con "El leñador"

Después de la simpática e interesante exposición del señor Lago acerca de los antecedentes y desarrollo histórico del Guignol en México, fueron presentadas las piezas El Gallito Vanidoso, El Baile de las Calaveras, el estupendo romance folklórico ¡Ya viene Gorgonio Esparza!, escenificado por [Antonio] Acevedo Escobedo, y el juego infantil El Nahual. Todo el fresco mundo de la fábula revive de nuevo en las encantadoras figurillas de los animales que hablan y razonan, con más gracia y lógica que muchos humanos. El mundo parlanchín del gallinero se pone al servicio de la generosa campaña alfabetizadora en una entretenida comedia llena de color criollo y de ingeniosos chistes aldeanos. El movido “jarabe”, bailado por paisanos que son calaveras, bate, como dentro de una olla de greda, lo pintoresco y heroicamente macabro de la tradición campesina mexicana, con el entusiástico ritmo que no tiene un solo momento de indecisión ni de reposo.

Pero lo que para muchos de los asistentes constituyó una verdadera revelación de extraordinarias posibilidades del Guignol fue la versión dramática del “corrido” ¡Ya viene Gorgonio Esparza! Es algo de un efecto sencillamente asombroso. El realismo y el color en los diversos momentos de la vida y muerte del héroe legendario del Bajío; el movimiento escénico de los personajes, la ejecución acabada de los caricaturescos títeres, los decorados modernos, todo, en fin, contribuye a hacer de esta pieza una pequeña obra maestra del tabladillo guignolesco. En los intermedios entre uno y otro cuadro, los trozos cantados del añejo romance que rememora las hazañas sangrientas del bandido, van haciendo correr, a la vera de las escenas, el hilo continuo del relato romancesco. Entre todas ellas, hay una especialmente, en la que alcanza un grado insuperable la técnica dramática de los animadores de este Guignol. Me refiero a la escena de la noche del aquelarre en que las brujas ensalman y presiden el nacimiento del demoniaco Gorgonio. En ella, el efecto logrado al sugerir serpientes con las manos simplemente enfundadas y animadas de movimientos ondulantes, es estupendo.

El escritor Marcos González y su "Payasito"

Para finalizar, la ronda infantil de El Nahual pone una pincelada candorosa y risueña después del sombrío relato de crímenes y venganzas. La algaraza de los animales del campo nos regresa a la infancia, a la poesía de la vida, al bosque maravilloso de los cuentos y de los sueños.

Nos quedamos meditando acerca de las infinitas posibilidades que se abren a la pedagogía y en especial a la entusiasta campaña de alfabetización de adultos -¡cómo ha de llegarle esto a la gente sencilla de nuestros campos!- con este instrumento precioso que es el teatro de títeres. Estamos seguros que el Ministerio de Educación Nacional sabrá aprovechar al máximo la presencia y colaboración fraterna del conjunto “El Nahual”. Pero también quisiéramos que la permanencia de estos artistas y pedagogos mexicanos nos dejara algo más positivo. El adiestramiento de un grupo de aficionados inteligentes de las filas del magisterio nacional –y hay muchos- que aseguraran la continuidad de un movimiento semejante al de México, al de España. porque quizá la mejor de las cátedras, hoy por hoy y para las grandes masas a quienes necesitamos conquistar primero y alfabetizar después sea el endeble, improvisado y mágico tabladillo de un teatro de títeres. En ellos, como en los inolvidables cuentos de Calleja, de Parrault, de Andersen, como en los muñecos y animalejos del genial Disney, reside el secreto de la recuperación de este hombre desgarrado que es hoy el habitante infeliz de un mundo loco. Es posible –y, ¿por qué no?- que el espíritu incontaminado de los niños salve al hombre y al universo de la crueldad y de la estupidez actuales y de este espantoso final de tragedia griega que todos nos la pasamos presintiendo, pero que a veces, aturdidamente, nos empeñamos en disimular o en olvidar.


De izquierda a derecha: Eduardo Francis (Escultor), Gladys de Rodríguez (Maestra),
Elybeth Hernández (Maestra), Roberto Lago (Director del Grupo El Nahual),
Leticia Escobar (Maestra), Lola Cueto (Directora del Grupo El Nahual),
Elsa Escobar (Maestra) y Marcos González (Escritor).

Den todo lo que sepan y puedan los ilustres titiriteros pedagógicos del México revolucionario, que su memoria se conservará siempre fresca entre los nuestros y los niños venezolanos.


Cabezas y fundas en el taller.











(*)Villalobos, Héctor Guillermo (1911-1986).
Poeta, periodista, pedagogo y político venezolano, nacido en Ciudad Bolívar el 20 de julio de 1911, y fallecido en Caracas el 23 de mayo de 1986. Autor de una brillante producción poética que, hondamente arraigada a las costumbres y las formas de vida de sus compatriotas, exalta el sentimiento amoroso y lo convierte en el eje en torno al cual gira el universo, está considerado como una de las voces líricas más destacadas de la literatura venezolana del siglo XX.
Humanista fecundo y polifacético, cursó estudios superiores de Letras y se graduó como profesor de Lengua y Literatura Española en 1936. Compaginó, a partir de entonces, sus labores docentes con una intensa dedicación al periodismo, faceta en la que sobresalió por sus artículos publicados en la revista Oriflama y, años después, por la fundación del rotativo El Luchador. Al mismo tiempo, mantuvo una tenaz y fructífera dedicación a la vida pública de su nación, en la que fue llamado al Congreso de la República en calidad de representante del Estado Bolívar; posteriormente, fue elegido presidente de dicho estado (1946) y acabó desempeñando elevados cargos dentro de la política nacional, como los de Director de Enseñanza Primaria y Secundaria y Ministro de Educación.
En su faceta de escritor, Héctor Guillermo Villalobos alcanzó un merecido prestigio por algunos poemarios tan elogiados por la crítica y los lectores como En soledad y en vela (1954), Mujer: tú eres la madre tierra (1963) y Barbechos y neblinas (1973). Considerado por algún estudioso de su obra como "el poeta que maneja el romance con mayor destreza en Venezuela" (Armas Chitty), obtuvo, merced al cultivo de este molde estrófico tradicional, algunos galardones tan relevantes en el panorama literario venezolano como el Primer Premio del Ateneo de Guayana -por su romance "Jagüey" (1943)- y el Premio Único del Certamen de Romance Nativista de la Exposición Agropecuaria Nacional -por "Romance para una madre campesina".
J. R. Fernández de Cano.

Fuente: MCNBiografias.com